La casa estaba llena de telarañas, empecé a quitarlas con un
plumero mientras trataba de encontrar alguna lógica a la desaparición del
Dr. Lovejoy. Al mismo tiempo sentía una
extraña aprensión por tener el extraño placer de estar ahí solo y sin que la policía o su familia hubieran alterado la
disposición de las cosas. Había
intentado un contacto con la hija de Lovejoy, sin éxito. Ella vivía en una
aldea hippy en la sierra de Morelos. Yo tenía las llaves por una situación inverosímil. Decidí que una vez que encontrara sitio en mi
mente para pensar en ella haría el viaje para verla.
El Dr. Lovejoy desafió al sistema académico de muchas y muy
variadas formas. Uno hubiera pensado que el hombre tenía un plan, un sistema;
pero no. Sus aventuras en el activismo y más aún en la resistencia en contra
del dogmatismo imperante me recuerdan las aventuras de Cósimo Piovasco en
el Barón Rampante. Un hombre empeñado en irse por las ramas, por así decirlo.
Sin embargo el Dr. Lovejoy fue persistente en atacar los cimientos de los
paradigmas epistemológicos de su tiempo. Se alió con Elaine Morgan y su teoría del
mono acuático precursor del Homo sapiens; denostó la teoría de la sabana como
medio que impulsó un supuesto salto cuántico evolutivo; estuvo con Carry Mullis
y Peter
Duesberg y con los otros negacionistas del virus VIH como causante
del sida. Se empeñó en ser un científico marginal en más de un sentido, y
apostó por las causas equivocadas una y otra vez. Aún así, o más bien
justamente por eso, su legado está lejos de ser valorado con justicia.
Harry Lovejoy, como saben, desapareció, quizá fue
secuestrado, o quizá se trató de un escape voluntario. Se habla de una supuesta
excursión de trabajo a Borneo, pero no hay una sola evidencia de que haya
salido del país y en su agenda el viaje no aparece mencionado. Además, Lovejoy tenía años
sin salir de excursión. Se encontraba muy avanzado en sus estudios científicos
y fenomenológicos sobre la conciencia, un tema que suele resultar demasiado
metafísico - quizá justamente porque lo es- a la comunidad científica y
académica occidental. Se trata de un científico marginal, un medium en el sentido más precavido posible. Sin embargo, sus ideas no llegaron a calar hondo
en su grupo de alumnos en la universidad: unos con miedo y otros con recelo se
retiraron a áreas más seguras y lucrativas de las ciencias. No ayudó que el Dr.
Lovejoy se hubiese aliado con gente indeseable según las normas de la
comunidad: curanderos, telépatas, videntes, maestros de yoga y monjes
tibetanos.
El detective con el que hablé me dijo "no tengo un
cuerpo, no tengo sangre, no tengo un rastro. No sé. De ahí realmente es una
cuestión de qué quieras creer. Si está muerto, vivo o secuestrado es lo que
trataremos de investigar". Yo tenía ya mucho sueño pero no podía dejar de leer la
correspondencia del Dr. con ciertos colegas suyos; si bien, en muchas de ellas,
se leía su desesperación, en muchas otras se le sentía resignado, incluso
sarcástico. Para penetrar en el misterio de su desaparición en aquellos primeros días tuve
que resistir el instinto conspirador, pero para desdicha de los escépticos
habían demasiados cabos sueltos, y no había forma de negar que ciertas personas
dormían mejor con su lamentable pérdida.
Lo que encontré en esa casa abandonada no arrojaba ninguna
luz sobre su desaparición, pero sí iluminó el camino de su búsqueda.
El Dr. Lovejoy es,
por formación, biólogo evolucionista y neurólogo. Además es matemático y
filósofo, y está muy interesado en la epistemología y la fenomenología. Si
parece excesivo, la palabra lo describe perfectamente. Tuvo la extraña capacidad de vincular toda su investigación a su
búsqueda personal. Cuando uno toma como objeto de investigación científica el
estudio de la conciencia, se atrae siempre curiosidades equívocas y compañías
no deseadas. Se puede especular sobre si esto es o no un complot, sobre si hay
un plan de parte de las agencias federales o no, pero en realidad no se sabe
nada. Todo el asunto está envuelto en un misterio creado en parte por la hija
(heredera de su moderada fortuna) y en parte por la ineptitud o corrupción, o
ambas cosas, de la policía. La Universidad se desentendió inmediatamente del
asunto, por motivos políticos. No les convenía el escándalo.
Algunos investigadores alzaron levemente la voz y después
volvieron a esconder sus cabezas en sus cubículos. Había muchas hipótesis, pero
yo decidí resolver la situación recurriendo a métodos del ideario del profesor
Lovejoy.
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