Los reportes sobre la depresión en las colonias de Marte
seguían alarmando al Consejo de Salud. Debido a complicaciones logísticas, cada
colono con depresión costaba mucho más de lo que se esperaba como beneficio e
implicaba una serie de dificultades indecibles. Era preocupante porque el proceso de selección había sido muy cuidadoso. Se evitó a toda costa que se repitieran las
experiencias históricas de las colonias en América y Australia; ya se sabe, son
lugares comunes la degradación espiritual en tiempos de la colonia, la
fascinación y sincretismo con lo exótico. Los colonos fueron seleccionados
mediante un proceso muy riguroso, nadie con antecedentes de depresión, ni
siquiera en su ascendente familiar, podía ser considerado. Se seleccionaron
personas emprendedoras que había demostrado tener un espíritu aventurero, gente
que se ufanaba de su falta de vínculos emocionales: auténticos exploradores;
coeficientes intelectuales y emocionales elevados, ambiciosos pero compasivos y con altos
niveles de empatía. Este último punto marginó a los autistas, que lograban superar
fácilmente en las otras áreas a sus competidores. Los autistas finalmente fueron incluidos, y ahora
mismo es gracias a ellos que se mantiene viva la misión, y son ellos y ellas el
espíritu de la colonia - lo cual dice mucho del proyecto. La cosa es que los
colonos empezaron a deprimirse, fue como una epidemia. Empezaron a reportar primero fatiga y
después una leve melancolía. Se les veía
contemplativos al principio y después algunos manifestaron sentirse infelices
por primera vez en sus vidas. Los reportes hablaban de prácticas como las siguientes: un grupo
de astrónomos creó un sistema para que los cielos marcianos fueran cubiertos
mediante partículas (nanopixeles
voladores) y sobre éstos proyectaban una réplica de las constelaciones que se ven desde la Tierra.
La verdad es que la desolación marciana empezaba a hacer
mella en la colonia que de avanzada había ido a crear las condiciones básicas al planeta vecino. No está de más recordar que se fabricó un domo
que no solamente recreaba las condiciones atmosféricas de la Tierra sino que
también simulaba la biósfera. Ni siquiera eso sirvió. Y hubo que tomar medidas.
Lo primero fue llevar una bitácora de la depresión. Los medicamentos no estaban
ayudando y se temía una ola de suicidios, lo que obviamente hubiese
enterrado para siempre la gran aventura.
El asunto preocupaba a muchos. Estaba la cuestión del
fracaso de los medicamentos antidepresivos (fabricados por uno de los principales
patrocinadores del proyecto), dudas sobre la dieta, sobre los estímulos
ofrecidos a los colonos.
Resultó lo más fácil imputar fallas en los diagnósticos
psicológicos. Pero lo que realmente dio la puntilla fue la comprobación
incuestionable de que los terrícolas se deprimen lejos de la Tierra. Para esto
fue que me buscaron. En realidad en un principio me llamaron para pedirme una
consultoría en el desarrollo de un antidepresivo especial, pero cuando recibí
el reporte preliminar supe de qué se trataba el asunto. El siguiente texto es un
fragmento del reporte.
"Estamos convencidos de que las memorias terrícolas son
un factor fundamental en el desarrollo de la depresión de los colonos. No
descartamos, por razones puramente estratégicas, la supresión temporal de dichas memorias en los expedicionarios que muestren síntomas de nostalgia (estamos llegando a un
alarmante 60% de la población total). Somos conscientes de sus
investigaciones en el tema de la memoria selectiva en primates, y pensamos que juntos
podríamos idear alguna solución." En la carta anexa al reporte se decía que mi
discreción sería "generosamente apreciada".
En uno de los pabellones de recuperación se encontró la
siguiente nota garabateada en la pared: El único pecado mortal es el suicidio.
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