lunes, 24 de noviembre de 2008

Un viejo cuento

El tercer sueño (1991)

El hombre que murmuró algo así como qué horrible sueño al ser despertado por la alarma de su reloj se volvió a dormir, tuvo otras imágenes indiferentes y a la segunda alarma se aprestó a darse una ducha. Creyó que el día sería caluroso y así fue. Creyó que sería un día difícil pero todavía no puede afirmarlo. Cuando abrió la puerta para salir (salir era un acto irreflexivo, como abrir los ojos para caminar) persó en la no existencia de Dios, mirando el cielo aún oscuro, pájaros invisibles cantando, y el azar de sus cabellos (los de su mujer) revueltos en la almohada.

Este hombre que llegó a la parada del pesero con la impresión de que el pesero llegaría después de que el cielo se iluminara un poco más (y en efecto llega) echa de menos su cama tibia al sentir el asiento frío, y se abstrae en la contemplación de una nube: la nube blanca y suave como su piel tibia aún en la cama (pero la nube parece fría). Ella acomodándose en la cama, rodeando su cintura insensible… Y volviendo a la nube: desplazando toda su masa imperceptible como la respiración que infla su vientre.

El colectivo avanza por las calles vacías que se iluminan con los rayos tímidos del sol. No hay nadie en las calles. El chofer toma caminos extraños. La ciudad le es extraña. La nube ya no está donde estaba. Tiene que buscar un boleto, una credencial o algo. El chofer va a dejar su sitio (pero el colectivo no se detendrá) y va a andar por el pasillo hasta el último asiento para pedirle algo. Pero él sabe que sus bolsillos están vacíos. En vano revuelve sus manos dentro. El chofer lo mirará suplicante y él se quiere disculpar mencionando la nube, su cama, su mujer… Y terminará por abstraerse de nuevo. Ahora hay más lugares hacia donde mirar. Ahora empieza a ver gente, ¿a través de los cristales? Al estirar la mano se da cuenta de que noy cristal, y al no haber cristal deja de ver gente a través. Y no hay ninguna razón para obstinarse con la idea de que va en un automóvil. Un perro ladrandoo le hizo darse cuenta de qye caminaba, de que sus piernas se movían para que él se desplazara.

Sin embargo este movimiento empezó a carecer de sentido. En efecto, al detener sus piernas siguió desplazándose. Empezó a perder conciencia de su cuerpo. Miraba hacia los lados y hacia… No debió haber volteado hacia atrás. Supo que alguien lo seguía; no muy de cerca, pero había que tomar precauciones. Dio vuelta en una esquina y se encontró con que ya no sabía dónde estaba. Esto ya no parece su barrio, y lejos de parecerlo, parece una ciudad en ruinas. Es aspecto de las cosas es patético. Sin embargo, hay vida en toda esa desolación; hay un viento que revive la poca hierba seca sobre el suelo de roca y tierra agrietada. Oyó pasos. Se quedó petrificado antes de reaccionar a los pasos, pues inmediatamente sintió una mano en su hombro. Quiso ignorarka y empezó a silbar. La mano ejerció un poco de presión: dio un paso hacia adelante. La melodía ascendió una octava. Volvió lentamente para no terminar de un brusco salto con todo, y se encontró con que el chofer del colectivo le seguía pidiendo quién-sabe-qué-cosa. Echó a correr. Ligero. Cada zancada era larga, y tardaba en caer al suelo de nuevo. De reojo vio que el chofer del colectivo se había quedado parado. El entorno de la ciudad en ruinas seguía tomando vida. Salía humo por las coladeras. Dos o tres sombras dialogaban al borde de un muro. Una de ellas empezó a hacerse más larga y a tomar la forma de una puerta abriéndose. Se hizo tan larga y ancha que el hombre que a grandes y prolongadas zancadas recorría en su sueño una ciudad en ruinas la penetró de un salto…

Un lugar con música. Salsa. Percusiones. Aquel lugar hervía. La gente bailaba hasta derretirse. Y más gente llegaba a bailar sobre la pista burbujeante. Encaramado en la tarima, el hombre que penetrando una sombra había cambiado de sueño, ya palmeaba las tumbas. Aquella música se sentía en cada fibra del cuerpo. Y como respuesta sus palmas ardientes golpeaban satisfactoriamente los parches de cuero. Los bailarines sonreían excitados; los músicos se retorcían, gesticulaban y se confundían con sus instrumentos. El calor era uno con la música, con los cuerpos que eran uno solo. El sudor corría a chorros espesos por todas partes. Al mínimo contacto las parejas se fundían. La música no terminaba nunca, y el lugar se seguía calentando.

Pero entonces una distracción, el intento de hacer una hazaña rítmica con las tumbas vino a acabar con todo. Al descuadrarse el ritmo por su culpa el baterista se detuvo, aventó las baquetas y se cruzó de brazos; los metales bramaron dramáticamente hasta el silencio; los bailarines formaron un charco viscoso sobre la pista. No supo qué hacer. Sintió la presión de las miradas que eran una sola mirada, y quiso desaparecer. Buscaba una salida. Entonces, de una puerta que se abrió salió una mujer desnuda y de aspeceto bondadoso. Conforme avanzaba la tensión en el ambiente se disipaba: volvió la música, suave ahora; la gente empezó a platicar y a beber, y ese sueño se olvidó de él. La mujer desnuda se dirigía a él. Al verla más de cerca supo que era bella y que mostraba un extraño interés por él. Se sintió atraído o más bien atrayendo a la mujer que se acercaba como atraída por un deseo de compuestos. Y al tenerla cerca y querer tocarla no alcanzó su cuello ni sus hombros; ella lo tomó entre sus brazos, pequeño y frágil, y lo alzó mirándolo con ternura. Él era un niño abandonado en un lugar incomprensible. La única región descriptible era el cuerpo cálido y los ojos oscuros y maternales de una mujer que él había deseado.

Aquella mujer lo adentró al sueño en sus brazos; después ella misma fue el sueño y lo llevaba hacia su vientre; era el viaje del regazo a las entrañas; del hombre al germen. Y ya estaba envuelto, después de la penetración, en un cálido ambiente, cálido como líquido amniótico, como el sueño, como el sexo; y la sensación del sudor entre los dos cuerpos que dormían pegados hizo que el hombre que soñaba en perfecto silencio, al abrir los ojos, se sintiera pegajoso y despojado.

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